Una historia del Bronx

Hay películas que me encantaban en mi adolescencia y que al volver a verlas no son, ni mucho menos, como las recordaba. Incluso algunas me parecen tan regulares que no reconocería en público que estaban entre mis preferidas. Esto no me sucede con Una historia del Bronx. De hecho, cuantas más veces la veo -y no sé las que van ya- más me gusta. En cierto modo, mi nostalgia se une a la que irradia, desde el principio, este fantástico film.

Está ambientado en los años sesenta. Lo protagoniza Calogero, el único hijo de una humilde familia italoamericana. Su padre, Lorenzo, es un honrado conductor de autobús que intenta mantener al muchacho alejado de los mafiosos del Bronx. Muy a su pesar, Calogero se convierte en el protegido del mandamás, Sonny, al no delatarle ante la policía, tras ser testigo de un tiroteo donde el capo estaba implicado. La trama transcurre en dos periodos distintos, durante los nueve y los diecisiete años de Calogero.

Hace tiempo se decía que a Robert De Niro merecería la pena verle hasta leyendo la guía telefónica. En las dos últimas décadas ha quedado meridianamente claro que no es así. Su mera presencia valía el precio de una entrada cuando participaba en buenos largometrajes y se lo tomaba en serio, como en este caso, donde convenció a Chazz Palminteri para que le permitiera llevar al cine un monólogo teatral de este, basado en su vida. Palminteri puso como requisito indispensable escribir el guión e interpretar a Sonny. De Niro, que se reservó el papel de Lorenzo y debutó como director, accedió y quiso que se involucrara de lleno en la producción.

En la historia de Palminteri había varios temas que, sin duda, llamarían la atención de Robert De Niro. El famoso actor también creció en un barrio de Nueva York -Little Italy- y pertenece a una familia de orígenes italianos. El relato, además, aborda el problema racial existente en Estados Unidos, muy de interés para alguien cuya numerosa descendencia la forman hijos blancos y negros. Y a eso hay que añadir que algunas de sus aportaciones más emblemáticas están ligadas al cine sobre el hampa.

A lo largo de cinta se reflejan las contradicciones del mundo de la mafia, por el que Calogero siente fascinación. En un ámbito donde las lealtades y la violencia conviven con naturalidad, Sonny trata con verdadero afecto a Calogero y le instruye para que no siga sus pasos. En eso está de acuerdo con Lorenzo, un buen hombre que se santigua cada vez que pasa con su autobús por delante de una iglesia y que no quiere que su hijo malgaste su talento. Aflora en él un instinto protector, al ocurrir algo que no entraba en sus planes. Sin embargo, no puede evitar que el chico reciba lecciones de vida desde dos realidades diferentes, a través de sendas figuras paternas.

Lillo Brancato y Chazz Palminteri

Lorenzo es un tipo honesto, pero no es perfecto. Siente celos de Sonny y, aunque se lleva bien con todos sus pasajeros, desaprueba que Calogero tenga una relación interracial, cuando este le sondea, tras enamorarse de una chica negra de su instituto. Y es que el padre, pese a su mayor experiencia vital, también tendrá que aprender de su hijo.

Pocos largometrajes tratan el racismo de una manera tan sincera como este. Ahora que la corrección política inunda las carteleras y pocos se atreven a salirse un ápice del guión, es particularmente valioso encontrar miradas multidimensionales a un conflicto que ha condicionado la convivencia social en Estados Unidos. El film muestra un racismo recíproco, puesto que el odio engendra más odio, pero sin dejar de exponer la dramática situación de ciudadanos negros que sufrieron la peor parte, mediante un planteamiento que sigue teniendo una lectura actual.

Otras influencias del entorno, asimismo, determinan el proceso de maduración de Calogero. De su infancia recuerda que «era estupendo ser católico y confesarse, porque podías empezar desde cero cuando quisieras». Al llegar a la adolescencia empieza a tener malas compañías y descubre que una decisión equivocada puede torcer su vida para siempre. Con una personalidad aún sin formar, se siente presionado por el grupo al que pertenece.

Hablando de influencias: la voz en off que va hilvanando los hechos es deudora del cine de Martin Scorsese. La huella del realizador está igualmente presente en otros aspectos de una cinta muy bien narrada por su amigo Bobby. El intérprete y aquí director dedicó su trabajo a la memoria de su padre, fallecido poco antes del estreno de la producción en 1993.

La película cuenta con una oportuna selección de canciones. Tiene un encanto especial y emociona. En las buenas historias, como en la realidad, las cosas no son necesariamente blancas o negras. Tanto la honradez de Lorenzo como los renglones torcidos de Sonny ayudan a Calogero a crecer, porque la paternidad se basa, fundamentalmente, en el amor incondicional.