Candilejas no fue la última película de Charles Chaplin, pero bien podría considerarse su testamento cinematográfico. El artista conformó una emotiva historia, con tintes autobiográficos, acerca de la fugacidad del éxito y del inevitable paso del tiempo. Estos temas quedan plasmados con el cambio generacional representado en el largometraje por el olvidado Calvero y la prometedora Thereza.
Calvero es un alcohólico cómico que añora su célebre pasado en los escenarios. Una noche, cuando regresa a casa, evita que la joven Thereza se quite la vida y la acoge en su hogar. Al intentar que la chica recupere la esperanza, Calvero volverá a sentirse útil y más ilusionado. Además, guiará la incipiente carrera como bailarina de su huésped, enseñándole todo lo que sabe sobre el mundo del espectáculo.
Aparte de dirigir, escribir y protagonizar esta obra, Chaplin compuso su preciosa partitura, mediante la que enfatiza la nostalgia que impregna el relato. Para el reparto contó con Buster Keaton, reencontrándose así con el que fue su gran rival, al menos, hasta que la trayectoria de Keaton se truncó con la llegada del sonido y sus problemas de adaptación a la MGM.
No solo Buster Keaton era un mito caído. El propio Chaplin no atravesaba un buen momento. Su popularidad estaba en declive, debido a varias polémicas y a cuestiones políticas que desembocarían en su expulsión del país. Durante el estreno de la producción, en 1952, se convirtió en una de las víctimas de la caza de brujas. Nunca más trabajaría en tierras estadounidenses, donde su cinta ni siquiera pudo verse en numerosos lugares, antes de su nuevo lanzamiento veinte años más tarde. De hecho, Chaplin ganaría el Óscar a la mejor banda sonora en la edición celebrada en 1973.
Como le sucedía a Norma Desmond en la contemporánea El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder, parecía que cualquier tiempo pasado había sido mejor para Chaplin. Aunque no a nivel artístico, porque Candilejas es una de sus mayores aportaciones al cine y eso, en su caso, es mucho decir. Su arte permanecía intacto, cual tabla de salvación.
En una secuencia del film, Thereza le dice a Calvero que creía que odiaba el teatro, a lo que este responde: «Lo odio. También odio la vista de la sangre, pero la llevo en mis venas». A continuación, sale a escena y Chaplin firma su última función hollywoodiense junto a Keaton. Es el preludio perfecto para un final sencillamente sublime.