
Camino de Emaús (Gustave Doré)
En estos últimos años junto a mi felicitación pascual os he venido enviando unas pequeñas reflexiones en torno a la experiencia religiosa (1). Este año, al hacerme más viejo empiezo a ir con retraso. Dadme un pequeño margen y aunque las reflexiones os lleguen más tarde, pienso que Pentecostés también es una buena fecha para reflexionar sobre la experiencia religiosa. ¡Fue la gran experiencia comunitaria!
El relato de Emaús (2) siempre me ha parecido de una belleza y hondura catequética inigualable y de él me he servido para, como siempre, terminar apuntando ciertas verdades de Perogrullo o “perogrulladas” que muchas veces obviamos enfrascados en buscar consideraciones más profundas.
Los dos amigos salen de Jerusalem hacia Emaús. Toda experiencia siempre arranca desde “un ponerse en camino”. Salen de Jerusalem tras un sentimiento de fracaso. Las cosas no han podido ir peor. Pero el fracaso no les ha inmovilizado, no les ha paralizado. Ni el miedo. Toda “búsqueda” implica movimiento, ir hacia, salir de cualquier ámbito paralizador, incluso salir de uno mismo. Es la respuesta al “Sal de tu tierra” (3) reclamado a Abraham. Sin esa primera actitud, sin esa disposición no esperemos resultados. La experiencia no se ha hecho para vagos (4).
Salen dos. Es revelador que todos los relatos de aparición del Resucitado sean para más de una única persona. Está la excepción del caso de María (5). Esto siempre me hace pensar que el camino de la búsqueda se hace en “comunidad”. El ir solo, por libre tiene excesivos riesgos (6). El compromiso siempre es personal pero el mejor discernimiento es comunitario. Lo veremos un poco más adelante
Y Jesús se hace el encontradizo. Siempre es el Señor quien nos sale al encuentro (7). Parece que nos está esperando y al primer paso se coloca a nuestro lado. Sin estridencias, sin alardes. Como un compañero más en la marcha. Y pregunta. Se interesa porque van preocupados, entristecidos. Aunque lo sabe, siempre espera que cada uno de nosotros le cuente sus problemas. Y ellos vacían su corazón, su angustia. No entienden, no comprenden por qué las cosas no han salido como ellos esperaban. Son los “planes” que ellos tenían. Los hombres siempre tenemos “nuestros planes”. Y tardamos, como los de Emaús, en entender que los “planes” de Dios, frecuentemente, son otros. Pero el Señor, que es un “conversador inigualable” (8), les ofrece como a cualquiera de nosotros su Palabra. Y les “explica las Escrituras”. Nosotros también hemos de aprender a escuchar al Señor cuando Él, Él directamente, nos explica las Escrituras. ¡Maravilloso ejemplo de la práctica de la lectio en el relato de Emaús! Escuchar directamente la explicación del Señor. ¡Dejar hablar al Espíritu! No se trata de escuchar a éste o aquel otro. ¡No! Hay que escuchar directamente. “… y empezando por Moisés, seguido de los profetas…” Nuestra historia de salvación comienza con el Génesis. Es difícil, mejor, imposible, entender el Nuevo Testamento sin ni siquiera mirar el Antiguo. Dedicar tiempo, tiempo en la “marcha de la búsqueda” para escuchar lo que el Señor nos dice con su Palabra. ¡Directamente!, como los de Emaús.
El camino se hace, a menudo, duro, complejo, agotador. Y uno se cansa y la noche, lo oscuro, parece echarse encima. Nos da miedo seguir. Entonces hay que ser decididos como los de Emaús e invitar al Señor a quedarse con nosotros. Es el momento de saber acoger. Saberle decir al Señor, con confianza, que se quede a nuestro lado porque nos empiezan a fallar las fuerzas, o porque sentimos miedo. Miedo de la noche, de la oscuridad, de lo desconocido, de lo que aún nos queda por caminar.
Y cuando se lo pedimos, cuando le abrimos la puerta al Señor, Él siempre entra para cenar con nosotros (9).
Y en esa cena, al partir juntos el pan, al “com-partir”, ellos “re-conocen” al Señor. Es un segundo estado en la experiencia de Dios. Se trata primero de Ver. Responder como Job (10) a la pregunta: ¿Dónde está Dios? Buscarle en nuestro interior para re-conocerle como Tomás (11). Y darse cuenta de que muchas veces no sabemos interpretar o tener la suficiente sensibilidad para detectar esa “presencia” transformadora. “No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino”. De eso se trata, de descubrir como experiencia ese corazón ardiendo por la Palabra (12).
Y entonces, con prisas, de inmediato, ya sin miedo a la noche, salieron para volver a Jerusalem para contar su experiencia. Y se encontraron con los demás, con los que habían vivido una experiencia similar a la suya para gritar al mundo, todos juntos que Jesús de Nazaret, ahora el Cristo, había resucitado.
Así ha de ser nuestra experiencia. Vivida siguiendo el ejemplo del relato de Emaús.
· Ponerse en camino haciendo a la vez comunidad, aunque partamos de un fracaso, de
una derrota.
· Dejarse encontrar por el Señor.
· Contarle lo que nos está pasando, aunque Él lo sepa.
· Escuchar directamente su Palabra, sin intermediarios. Sólo el Espíritu.
· Pedirle con confianza que se quede con nosotros cuando anochece en nuestra vida.
· Sentarnos juntos en comunidad a la mesa para reconocerle al partir el pan.
· Recordar su presencia transformadora haciendo arder nuestros corazones.
· Y gritar, como en Pentecostés en medio de las plazas: “¡El Señor Jesús ha resucitado!”
(2) He seguido el relato de Emaús (Lc 24, 13-35) en la edición de la Casa de la Biblia, Madrid 1992.
(3) Gen 12, 1.
(4) “Repito, si hay algo sospechoso en el cristianismo, es lo viejo, lo ya hecho, lo sabido, lo dicho desde siempre y para siempre sin que nunca cambie nada. Estas son dimensiones para vagos y maleantes pero para cristianos que caminan hacia delante… ¡no! Vagos son los que no dan golpe y esto está muy de moda. Pero el cristiano por pequeño que sea no entra ni en la categoría de jubilado ni en la de parado. Los jubilados o los parados no son cristianos, me refiero a los parados y jubilados en teología y en cristianismo, naturalmente.” “Teología del gozo. Hacia el hombre nuevo” Curso impartido por A. Oliver Monserrat. 1990-1991. pág. 8.
(5) Creo que en el relato de María (Jn 20, 16) junto con el de Pablo (Hc 9, 4-6) hay una característica que los hace algo diferentes. Yo los clasificaría como “relatos de llamada” donde el Señor pronuncia el nombre concreto de la persona esperando la respuesta directa.
(6) “¡Ay!, del hombre que está solo. Si cae, ¡quién le ayudará?” (Ecl 4, 9-12)
(7) Era una de mis cuatro perogrulladas en el artículo “La experiencia religiosa = Encuentro con Dios” de Pascua de 2006.
(8) Era otra de mis cuatro perogrulladas en el artículo “La experiencia religiosa = Encuentro con Dios” de Pascua de 2006.
(9) “Mira que estoy llamando a tu puerta. Si me abres, entraré y cenaré contigo.” (Ap 3, 20)
(10) “Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos.” (Job 42, 5)
(11) “Señor mío, Dios mío.” (Jn 20, 28)
(12) “Es verdad que algunos consideran una incitación al repliegue individualista el fomentar la experiencia espiritual, como si llevase a un quietismo sin compromiso. Pero quien ha experimentado arde y quien arde prende fuego a su alrededor.” Isidoro, Abad de Santa María de Huerta. Fraternum num. 33. Marzo 2008.