
Moisés salvado de las aguas (Orazio Gentileschi)
Dios se sirve de las mediaciones humanas para llevar a cabo su obra de salvación. Es así como suscita a Moisés como caudillo del pueblo de Israel, al que va a sacar de Egipto.
El tiempo en que nace Moisés es ya tiempo de duelo para este pueblo, que está de esclavo del faraón. Hay un decreto de éste que manda arrojar en el río Nilo a todos los hebreos varones que nazcan. En este contexto nace Moisés y, como siempre, la precariedad y la persecución, la falta de todo apoyo humano acompaña las obras de Dios y su plan de salvación.
Moisés nos ofrece en esta situación un paralelismo bellísimo con Jesucristo, pues también Él nace en un contexto de exterminio de recién nacidos. En efecto, conocedor el rey Herodes del nacimiento de un niño que tiene el título de rey, ordena una matanza general de niños de Belén y sus comarcas y alrededores, que son los que conocemos como los Santos Inocentes (Mt 2, 16).
Pero así como Jesús va a ser salvado de esta matanza por medio de un sueño que tiene José (Mt 2, 13-14), de la misma forma Dios va a salvar a Moisés del exterminio de infantes en Egipto con una intervención maravillosa, que nos hace comprender que de nada sirven los proyectos de los hombres cuando van en contra de los proyectos de Dios.
Nos cuenta el libro del Éxodo que un matrimonio de la tribu de Leví tuvo un hijo que permaneció escondido en casa durante tres meses, pero al no poder esconderlo por más tiempo lo metieron en una canasta y lo bajaron a la orilla del río Nilo.
Bajó en ese momento la hija del faraón a bañarse y vio a este niño flotando en las aguas. Enseguida se dio cuenta que era un niño hebreo y que tenía que ser sacrificado. Pero Dios, que es el amor y causa de todas las cosas y de todos los acontecimientos, puso en el corazón de la hija del faraón sentimientos de compasión y misericordia. De forma que, impulsada por este movimiento de Dios, decidió salvar al niño, buscando una nodriza que lo cuidase y, más adelante, lo llevó al palacio en donde creció como si fuera hijo suyo.
Al niño le fue puesto el nombre de Moisés, que significa «salvado de las aguas» y es también aquí una imagen perfecta de Jesucristo, pues en su Resurrección también Él fue salvado de las aguas y las aguas en las escrituras significan la muerte. Por eso, cuando vemos a Jesús caminando sobre las aguas (Mt 14, 22-33) estamos asistiendo no a un simple milagro, sino a la manifestación de Dios que pisotea la muerte.
Moisés va creciendo y como tiene el Espíritu de Dios también él siente en su carne la opresión que vive su pueblo. Sus entrañas de misericordia se desbordan ante el sufrimiento de los suyos y deja el palacio para ir al encuentro de este pueblo. De forma que la carta a los Hebreos nos dice: «por la fe Moisés ya adulto rehusó ser llamado hijo de una hija del faraón, prefiriendo ser maltratado por el pueblo de Dios a gozar del efímero goce del pecado, estimando como riqueza mayor que los tesoros de Egipto el oprobio de Cristo» (Heb 11, 24-26).