Lo que más me sorprende de la política son esos aspirantes a alcaldías o presidencias que parecen honestos, pero al alcanzar el poder se corrompen más pronto que tarde, mientras los idealistas de verdad no suelen llegar muy lejos. Caballero sin espada, de Frank Capra, va de uno de estos últimos: un joven senador estadounidense llamado Jefferson Smith, elegido para representar a su estado en el Senado, junto al veterano Joseph Paine.
Smith propone la construcción de un campamento juvenil, donde se fomente la igualdad de oportunidades entre ricos y pobres. Ignora que su proyecto ocupará unos terrenos destinados a una presa, cuya gestión se ha realizado fraudulentamente. El senador Paine, tras sucumbir a la presión del mayor beneficiado por la presa, le pide a su colega que sea pragmático y renuncie a sus planes o, dicho de otra forma, que también pase por el aro. Pero Smith es honrado y no desiste, lo que le sitúa como el principal enemigo de sus compañeros de partido. Estos utilizan contra él toda la maquinaria de manipulación que les ofrecen sus medios de comunicación afines.
La historia es muy actual, aunque la película sea de 1939. Su estreno generó bastante polémica en parte de la prensa y del mundo de la política, donde algunos mostraron su disconformidad con el modo en que se les retrataba. El idealista Capra se atrevió con un tema apenas abordado por el cine y se convirtió, en cierta manera, en un Jefferson Smith. Salvando las distancias, eso sí, porque ya era un director reconocido y su protagonista un principiante en el Senado.
El personaje de Smith está interpretado por James Stewart. Su doblaje para España no le hace justicia y, en cualquier caso, merece la pena escucharlo en versión original. Stewart da vida a un hombre algo inseguro, pero firme en sus convicciones, cuyo referente es Lincoln. Su principal apoyo es su secretaria Clarissa Saunders, una mujer, representada por Jean Arthur, que lleva tiempo en el Senado y sabe cómo van allí las cosas.
Muchos consideran a Smith un ingenuo al que es sencillo manejar. Es lo que pasa con la gente buena, pero cuando un manipulador descubre que la bondad no es sinónimo de debilidad entonces queda cariacontecido. Nadie espera que Smith se salte una norma no escrita y eso le cuesta caro. Por ser honesto es denunciado por corrupción por sus propios compañeros, respaldados por un torrente de noticias falsas. Las fake news tampoco son nada nuevo.
Capra evita las referencias a partidos políticos, algo que hubiese propiciado una visión sesgada de sus verdaderas intenciones. El cineasta no realiza planteamientos partidistas, sino una reflexión moral de la democracia y la libertad. Su héroe es una especie de don Quijote que parece fuera de lugar en el Senado y, sin embargo, es más que necesario. Capra nos viene a decir que los idealistas son esenciales para que pueda funcionar un sistema que tiene sus flaquezas.
La cinta no es perfecta, pero su historia está bien contada e interpretada. Alcanza su punto álgido con el discurso de un incombustible Smith exponiendo sus ideales, ante la contrariedad de unos adversarios que intentan frenarle sin éxito. Un buen ejemplo para aquellos políticos dispuestos a defender sus ideas, aunque otros no quieran escucharlas, especialmente en temas donde es más fácil agachar la cabeza y no expresar los principios que uno tiene, si es que todavía le quedan algunos.