
Fotografía: CGFome MRE (Flick)
Es extraño la semana que no aparece en la prensa alguna noticia relacionada con la llegada de inmigrantes a nuestro país o a otros de la Unión Europea. La crisis de refugiados e inmigrantes en el continente europeo, dada por una movilización masiva de personas que han tenido que abandonar sus hogares, se ha convertido en un quebradero de cabeza para los dirigentes de distintas naciones del continente, que no cuentan, por desgracia, con una hoja de ruta eficaz ante semejante situación.
Lamentablemente la sociedad se ha acostumbrado a esta realidad. Se olvida con facilidad que miles de personas migran no por capricho, sino para buscar una vida mejor para ellos y sus familias. Huyen de los conflictos armados, la pobreza, las persecuciones y las violaciones de derechos humanos que imperan en sus países. Un problema de esta envergadura, donde hay tantas vidas en juego, sale demasiado caro, no solo por el precio económico sino humano que tienen que pagar.
Todos los países, por solidaridad, deberían afrontar con más rigor este asunto. No a base de parches como, por ejemplo, sucede con los Centros de Internamiento de Extranjeros. Cáritas ha pedido abiertamente su cierre, pues lejos de solucionar el problema lo agrava aún más, convirtiendo a los inmigrantes en meros expedientes administrativos, sin importar su historia personal. En los CIE están recluidos casi como delincuentes y eso no contribuye a su integración.
No hay que olvidar que, durante el siglo pasado, miles de españoles emigraron a otros países por la falta de oportunidades para mantener a los suyos. Numerosas familias se fragmentaron, porque era necesario que alguno se sacrificara para que el resto pudiera vivir con más dignidad. Muchos de aquellos españoles pudieron conseguir lo que necesitaban, porque se les dio la oportunidad de formar parte de otras sociedades.
Es fundamental que los estados involucrados en esta situación tiendan puentes con los países de origen. Las migraciones no se resuelven mirando hacia otro lado. Requieren un esfuerzo y trabajo de inclusión cultural, donde prime el respeto mutuo, y exigen un cambio de mentalidad en una sociedad tan materialista y alejada de los más necesitados. Para entender a los afectados directamente por este conflicto, cada uno debería preguntarse cómo sería estar inmerso en un drama así. Nadie elige el país donde nace, pero sí el futuro por el que quiere luchar.