
Cristo crucificado (Velázquez)
La relación entre Dios y Moisés se hace cada vez más íntima. Llega un momento en que Moisés, impulsado por el amor que viene de lo alto, pide a Dios ver su rostro (Ex 33, 18) y Dios le dice que no puede ver su rostro y seguir viviendo (Ex 33, 20). Y le añade: «Mira, hay un lugar junto a mí; tú te colocarás sobre la peña. Y al pasar mi gloria te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado» (Ex 33, 21-23).
Aparentemente, la respuesta de Dios no nos aclara mucho las cosas, sin embargo, como la Palabra de Dios es misterio, el mismo Espíritu Santo nos lleva con sabiduría a sumergirnos en la profundidad del misterio. Este «lugar junto a mí» del que habla Yahvé a Moisés es el mismo Jesucristo, desde el cual tenemos acceso al Dios Padre. Jesús es nombrado en las Sagradas Escrituras, sobre todo en los Salmos, como la roca.
Yahvé dice a Moisés que le colocará en la hendidura de la peña, de la roca. Y esta hendidura no es otra cosa que la herida del costado producida por la lanza que traspasó el Corazón de Jesús crucificado. Vemos pues en este texto una de las cumbres más altas de la espiritualidad cristiana. Efectivamente, del Corazón traspasado de Jesús crucificado nos dice San Juan que salió sangre y agua (Jn 19, 34). Ya vimos en otra ocasión que allí encontraron los Santos Padres de la Iglesia el nacimiento de la misma. Ya que el agua significa el bautismo y la sangre la Eucaristía.
La hendidura de la roca donde Yahvé coloca a Moisés no es otra cosa que la Iglesia, lugar privilegiado donde el hombre puede ver y adorar a Dios. Y vemos también que aquí aparece una misión importantísima de la Iglesia como luz del mundo (Mt 5, 14). Efectivamente, del Corazón de Jesús traspasado sale sangre y agua que, en su sentido más profundo, limpia al hombre sus pecados (bautismo) y lo lleva a la adoración (Eucaristía). Sólo un hombre perdonado puede despreciar los ídolos y hacer de su vida una adoración a Dios.
Ahora veamos qué es lo que sale del corazón herido de un hombre. El hombre que vive en el mundo está sujeto a múltiples situaciones adversas, que continuamente le hieren el corazón. Y ¿qué es lo que sale de este corazón herido por el pecado del mundo y aún no regenerado por el Espíritu Santo? Jesús nos lo dice en Marcos 7, 21-22: «Por qué de dentro del corazón de los hombres salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injurias, intolerancia, insensatez». Ésta es la respuesta del hombre ante la agresión del otro. Y aquí se establece la experiencia cualitativa, creacional entre un hijo de Dios y un hijo de este mundo.
Un hijo de Dios, ante la agresión de otro, cuando su corazón es traspasado por la lanza de su enemigo (el enemigo está en tu casa), como tiene el corazón de Dios, de su corazón al igual que del Corazón de Jesucristo crucificado sale sangre y agua, que tienen el poder de reconciliar a su enemigo consigo mismo y con Dios. En cambio, cuando el corazón de un hijo de este mundo es herido por la lanza de su enemigo, de su corazón moldeado a imagen de satanás brota el asesinato, la envidia, la injuria…, todo lo que Jesús nombró antes en Marcos 7, 21-22.
Decía antes que aquí aparecía una misión importantísima de la Iglesia. Sin duda la más importante, ya que todas las actividades de la Iglesia dependen de ésta y son estériles si no nacen de ella. En definitiva, el cristiano porque es una nueva creación (2 Cor 5, 17) está llamado ante la agresión a hacer brotar de su corazón sangre y agua cumpliendo así la misma misión de Jesucristo, que es reconciliar el mundo con Dios (2 Cor 5, 19).