No entiendo a esos padres que van mirando el móvil mientras empujan con torpeza un carrito de bebé. Me pregunto qué puede haber tan interesante en una pantalla para no disfrutar de un momento así. Parece que la tecnología, con toda esa sobreabundancia de información que proporciona, ha limitado la percepción para apreciar cosas sencillas como un paseo.
La película Paterson, de Jim Jarmusch, toma su título del nombre de su protagonista. Este, a su vez, se llama igual que la ciudad de Nueva Jersey donde vive. No tiene móvil, porque le resulta más estimulante observar lo que hay a su alrededor, aunque su rutina de cada día sea idéntica. Se levanta a la misma hora, desayuna cereales, conduce un autobús de la línea urbana, coloca al regresar el siempre torcido buzón de su casa y, por la noche, pasea al perro en dirección a un bar.
En sus ratos libres, Paterson escribe en un cuaderno. Es un poeta introvertido y altamente sensible, que está atento a cada detalle. Da la sensación de que todo alimenta su creatividad, incluso las conversaciones de los pasajeros de su autobús. Sus principales fuentes de inspiración son su pareja, Laura, y una cascada que contempla durante su almuerzo. Sin embargo, hasta una simple caja de cerillas le da pie para un poema de amor, puesto que no solo es capaz de ver la belleza de lo cotidiano, sino que la convierte en poesía.
Jim Jarmusch, uno de los grandes del cine independiente estadounidense, dejó claro desde sus inicios que puede hacer mucho con muy poco. En Paterson plantea una historia minimalista, articulada en torno a uno de esos personajes lacónicos tan suyos, que aquí encarna a la perfección Adam Driver. No obstante, existe una diferencia sustancial con otros filmes de Jarmusch y es que en este es fácil empatizar con su protagonista.
Laura es la musa de Paterson. Aunque son opuestos forman una gran pareja, porque se aceptan mutuamente. Mientras él es discreto y organizado, ella es espontánea e impulsiva. También posee una vena artística, mucho más anárquica, con su afición por los círculos y por el blanco y negro. Su mundo sí cambia, ya que constantemente está planeando proyectos distintos, a los que se lanza con la ingenuidad de una soñadora nata.
Por encima de las diferencias entre Paterson y Laura -a la que interpreta muy bien Golshifteh Farahani- prevalecen el amor y un recíproco apoyo. Ella le anima a escribir y le pide que haga copias de su obra para que los demás conozcan sus poemas. Él, por su parte, respalda las improvisadas iniciativas de su amada, a veces con cierta resignación. Lo que tienen en común es la pasión que ambos sienten por la vida. Una pasión que expresan de distintas maneras.
Estos dos excelentes personajes están acompañados por buenos secundarios, como el quejumbroso compañero de trabajo de Paterson, una niña poetisa, el dueño del bar, un Romeo al que no quiere su Julieta o incluso el perro. Ellos aportan novedades positivas o negativas, que rompen la rutina de Paterson.
Asistimos a la creación artística de un poeta de a pie y, entretanto, la cinta nos cuenta una bonita historia de amor, con el fino sentido del humor que acompaña al relato. Para Jarmusch el valor del arte no reside en el aplauso externo. Su encantadora película es toda una invitación a abrir la percepción a esa belleza de lo cotidiano, que el devenir de los días puede eclipsar.