Gorrión

Fotografía: Lawrence OP (Flickr)

1. A los que proclaman ufanos que Dios no existe, bastaría con decirles ¿y qué es el hombre sin el Misterio? Nadie se hace tanto daño a sí mismo como el que renuncia a esa parte de su ser que es misterio con el Misterio.

2. No es posible erradicar los sentimientos de odio arraigados en el corazón a causa de ofensas recibidas, a no ser que, al igual que David, le supliquemos a Dios: “Lávame a fondo de mi culpa (odio)“ (Sl 51,4).

3. ¡Cuándo nos daremos cuenta de que el Evangelio es la luz eterna que llena del resplandor de Dios el Lugar Santo que todos llevamos en nuestro ser!

4. Un hombre sabio es aquel que alcanza a hacer alianza entre sus sentidos corporales y los del espíritu. San Agustín llegará incluso a hablar del paladar del alma. Sí, un hombre sabio disfruta de sus sentidos interiores.

5. A todos nos gustaría vivir en un mundo en el que resplandeciese la verdad. La cuestión es que el mundo tiene un Príncipe de la mentira (Jn 8,44). Si tú das culto a su mentira no te quejes cuando ésta cae sobre ti y te hiere.

6. No hay mayor ni más efectiva denuncia de la Mentira que la llevada a cabo por aquellos que incrustan en su dominante monolito cuñas de la Verdad, las de Aquel que dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).

7. Bendito el hombre indomable que elevándose por encima de engaños y quimeras sólo acepta ser vencido por Alguien mayor que él: Dios. Éstos hacen un bien incalculable a sus hermanos pues llevan el Evangelio de su Señor en sus ojos, en sus oídos, en sus manos y sobre todo en sus labios.

8. Cuando una persona aprende a escuchar en silencio se hace capaz de conectar con el Misterio. El silencio tiene su propia luz y sonido; tiene un nombre, se llama Presencia, y va dejando sus huellas en todo aquel que busca a Dios.

9. Así como Juan, el apasionado por el Hijo de Dios, nos dijo “amemos a Dios porque Él nos amó primero” (1Jn 4,19), también podríamos decir: miremos a Dios porque Él nos miró primero; y si no que se lo pregunten a Pedro (Jn 1,42).

10. Un hombre puede prescindir de todo menos de su propia dignidad, la que le es dada por el hecho de haber conocido a Dios como Padre. Si vive y pasan los años sin haber alcanzado esta dignidad ¿de qué podrá presumir?

11. Señor Dios mío, tú me enseñaste a mirarte y también a soñar que yo era alguien para ti. Desperté de mi sueño y lleno de gozo vine a saber que sí, que es verdad, ¡que soy importante para ti!

12. Bendito el hombre que busca sin descanso la Sabiduría de Dios. Será testigo del asombro de saberse empapado de Él. Bienaventurado el hombre que sabe discernir entre palabras de los hombres y la Palabra, porque Ella le permite sintonizar su espíritu con el Espíritu de Dios.

13. Todo aquel que va detrás de nuevas sensaciones siempre se quedará a gran distancia de lo imposible, de ahí su crónica insatisfacción. El discípulo de Jesucristo traspasa lo imposible; sí, porque Dios a quien se acoge es experto en llevar a sus hijos a traspasar todo límite que intente cerrarle el paso. A esto se le llama seguimiento del Evangelio.

14. Cuántas veces nos hemos quejado de nuestras desgracias, y así lo seguiremos haciendo hasta que nos demos cuenta de que las palabras de Jesús a la samaritana -siempre con su carga- “Si conocieras el don de Dios… (Jn 14,10), estaban dirigidas a nosotros, a ti.

15. Una de las mayores experiencias con su toque divino, que puede hacer una persona es la de sentirse al pie del Sagrario y sorprender a su alma confesando: ¡Dios mío, sé que estás aquí!

16. Nada hay más agradable a Dios que esas obras nuestras absolutamente limpias de toda vanidad. Le son agradables porque desprenden la suave y penetrante fragancia del Evangelio.

17. Podemos vivir como esclavos reparando una y otra vez las grietas provocadas por la inconsistencia de nuestro vivir, o bien buscar a Aquel que no repara o rellena estas grietas, sino que impide su aparición.

18. Intentar penetrar el Misterio de Dios sólo con la mirada de nuestra mente es como intentar apreciar una obra de arte con la vista desenfocada.

19. Un hombre de fe invoca al Espíritu Santo para que cure sus heridas. De esta forma, en vez de constituirse en fuente de rencores, se convierten en aberturas que le permiten entrar en las intimidades de Dios.

20. La razón tiene su dimensión contemplativa. Todo aquel que ejercita esta dimensión de la mano de su Maestro (Mt 23,8), aprende progresivamente a palpar al Invisible, al mismo Dios (1Jn 1,1 ss.).