Perdón a la mujer adúltera

Perdón a la mujer adúltera (Rembrandt)

1. Cuando nos alejamos de Dios nos cuesta creer que en el caso de volver a Él siga siendo el mismo de antes; y nos cuesta creerlo porque no concebimos que nadie pueda amar así, como Dios ama.

2. Un hombre que busca a Dios desde el Evangelio de Jesús, enseguida sabe que se abre ante sus pasos un camino que no tiene nada que ver con los círculos que sus pies transitaron sin llevarle a ninguna meta.

3. La perseverancia en ser fieles a Dios no tiene nada que ver con ningún programa ascético. Se fundamenta en la confianza de lo que Él ha hecho ya en su vida, como proclama el salmista (Sl 57,3).

4. Los israelitas lavaban los pies de los que llegaban a sus casas después de un largo caminar. Lo mismo hace Jesús cuando, después de vagar por otros caminos, nos llegamos a Él: lava nuestros pies cansados.

5. Decimos que Jesús nos cura por dentro porque sólo sus palabras de vida tienen poder para llevar nuestro corazón al descanso, por eso le llamamos Señor de la misericordia.

6. Nos sentimos totalmente libres para acoger el amor de Dios cuando somos conscientes de que, como dice Pablo, Jesús clavó en la cruz la nota de cargo que nos acusaba y condenaba (Col 2,14).

7. Lámpara es tu Palabra para mis pasos, dice exultante el salmista (Sl 119,105). Nos parece oír a Jesús que nos dice: No mires atrás, no interrumpas tu caminar, te estoy conduciendo hacia mi Padre, tu Padre.

8. Cuando comemos un trozo de pan no pensamos que una semilla de trigo murió olvidada en el seno de la tierra para ser tu alimento. Esto somos los discípulos de Jesús, morimos para que el mundo tenga luz (Mt 5,14…).

9. El Evangelio es el incunable por excelencia. Sus palabras llevan el sello del pasado, presente y futuro; nos dicen quiénes fuimos, quiénes somos y qué estamos llamados a ser: hijos de Dios (Jn 1,12).

10. Algo meridianamente claro respecto a Dios es que jamás juega con nosotros; más aún, se hace el encontradizo incluso con quien ni le busca ni pregunta por Él (Is 65,1).

11. Cubierto de harapos llegó el hijo pródigo a la casa del padre, sin aspirar más que a un trozo de pan y un techo. Su padre, rompiendo sus pobres aspiraciones, le abrazó y agasajó como hijo suyo que era (Lc 15,17…).

12. Al ver cumplido un proyecto por el que hemos trabajado, decimos orgullosos, ¡por fin! Sin embargo, si no hicimos a Dios partícipe de ese proyecto, ese por fin queda como vacío. La cima de todo hombre es Él.

13. Guardamos el vino nuevo del Evangelio en el corazón para derramarlo a su tiempo en el alma reseca de nuestros hermanos, que están cansados del vino tan mediocre como escaso.

14. Las lágrimas que derramó Jesús ante la cerrazón de Jerusalén por la prepotencia de sus dirigentes nos recuerdan que Dios también llora, hace parte de su ternura.

15. Cuando Jesús dice al Padre: “Tu Palabra es verdad” (Jn 17,17), está proclamando que su misión, más allá de las apariencias del fracaso, culminará con la victoria sobre toda muerte.

16. “Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7…). Estas palabras no fueron pronunciadas por un perdedor, sino por alguien que conoció el triunfo. Hablamos de Pablo, cuyos triunfos palidecieron a la luz del amor de Jesús.

17. La oración que brota de los salmos provoca la unión de dos corazones: el de Dios y el tuyo. Una vez dado el encuentro acontece la adoración que a Él le agrada: “en espíritu y verdad” (Jn 4,23-24).

18. El soplo de Dios que provocan sus palabras penetra por las rendijas inmateriales del alma llenándola de luz; para esto la creó Dios, para llenarla de su Luz.

19. Cuando una persona o comunidad no es testigo de la fuerza del Evangelio porque en su actuar se van por las ramas, al invocar al Espíritu Santo éste no se da por aludido.

20. El que se esfuerza en alimentar su espíritu con palabras de los hombres, por muy santos que sean, no con las de Dios, difícilmente verá crecer su alma.