1. Todos echamos raíces. Unos en Jesucristo, como anuncia Pablo (Col 2,6); otros en el campo de sus proyectos. El problema es que si en estos proyectos no está Dios, pueden terminar en hierba marchita del campo.
2. Pedimos en nuestra oración ante el Sagrario que Jesús nos atraviese el corazón. Podríamos decirle también que nuestras palabras atravesaran el suyo.
3. “En el día terrible confío en ti”, dice el salmista (Sl 56,4). Estaba profetizando el combate brutal entre Jesús y el Tentador en el Huerto de los Olivos. Su confianza en el Padre le llevó a decir: ¡Hágase tu voluntad! Venció el combate.
4. En la zarza que vio Moisés en el desierto, que ardía sin consumirse, nos dice Dios que los pasajes del Evangelio son portadores del Fuego eterno: sus llamas inextinguibles alimentan nuestra alma.
5. Los verdaderos buscadores de Dios llegan a tener tan viva su presencia en ellos que llegan a despreciar el pedestal en el que, con tanto esfuerzo, se habían asentado.
6. A un hambriento no se le explica cómo se hace una paella, se la ofrece. Por la misma razón la predicación del Evangelio no son datos académicos, sino “vida en abundancia”.
7. Una persona o grupo eclesial que pretenda vivir su pertenencia a Jesús poniéndose de perfil ante su Evangelio, corre el peligro de que su oración no traspase el techo de su casa.
8. Podemos ensalzar la sexualidad en sus más variadas dimensiones y liberarla de todo tipo de tabúes y barreras. Pero hay que preocuparse, porque el amor que nace de ella es terriblemente corto.
9. Al cruzar el mar Rojo, Israel pensaba que se adentraba en un abismo (Sl 106,9). Es lo que nos pasa al seguir a Jesús, a veces no vemos más que abismo, y sin embargo, es el Camino firme hacia el Padre.
10. La apariencia y el glamur del árbol, la higuera a la que se acercó Jesús para buscar fruto, en realidad ocultaba su fracaso, pues no tenía más que hojas (Mt 21,18). Podemos engañar a los hombres pero no a Dios.
11. Es lamentable que por nuestra ceguera hayamos llevado tantos golpes en la vida. Más lamentable aún es que nos pongamos de espaldas a la luz interior (Jn 1,9), que nos preservaría de los golpes que están por venir.
12. Jesús vio a Mateo amarrado de pies y manos a su mesa de impuestos. Tenía todo lo que había soñado, pero a costa de estar sujeto al dinero. ¡Ven y sígueme!, le dijo Jesús (Mt 9,9). No lo pensó, inmediatamente se desató y le siguió.
13. “Cerca está Dios de los que le invocan con verdad” (Sl 145,18). Efectivamente, Dios mira con un amor especial a quienes hablan con Él con el lenguaje de la mente y el corazón.
14. Amontonamos todo lo que da lustre y esplendor a un estilo de vida que hoy es y mañana no podremos ver ni oír ni tocar. Amontonad tesoros en el cielo, dice Jesús (Lc 12,33-34).
15. El Evangelio es lo que podríamos llamar el espacio celeste en la tierra que establece la demarcación entre la sabiduría de Dios y la del mundo. Es un espacio acotado, cuya puerta sólo encuentran los buscadores de Dios.
16. No podemos buscar a Dios ni leer el Evangelio con tapones en los oídos. Es justamente la libertad que damos a nuestros oídos para escuchar a Dios lo que provoca nuestro encuentro con Él.
17. Bienaventurados los mansos, dice Jesús. Poseerán la tierra, vivirán conmigo. El publicano que fue al Templo a orar lo hizo con mansedumbre, con humildad de corazón (Lc 18,13…). Buscaba el abrazo de Dios y lo encontró.
18. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros” (Lc 22,19). He aquí la institución de la Eucaristía. Pablo cayó rendido ante Jesús y dijo: “Me amó y se entregó por mí” (Gá 2,20). ¿Nos rendiremos algún día nosotros?
19. “La sabiduría entra en las almas y forma en ellas amigos de Dios” (Sb 7,27). Los amantes de Dios necesitan un hilo especial para tejer este amor. Este hilo no es otro que el Evangelio.
20. El Evangelio es como los brazos de Dios: Brazos de Padre para sacarte de las aguas tormentosas de la vida, y brazos de madre para acogerte y llevarte a su regazo.