Campo de trigo

1. No hay terreno, por muy árido y pedregoso que sea, que no dé su fruto si se deja al cuidado de un experto. No hay alma que no dé su fruto si se deja en manos del Experto: Jesús.

2. El libro más bello y sublime es el que Dios escribe en tu alma, si le dejas. Se llama el Libro de la Vida (Ap 3,5). Es bello y sublime porque lleva el perfume y la poesía del mismo Dios.

3. No hay que devanarse los sesos para hacerse con los bienes incorruptibles de Dios. Nos hacemos con ellos de forma natural, pues la Sabiduría nos los trae en sus alforjas (Sb 7,11).

4. Confiar en Dios es algo más, mucho más que una virtud; es esencial en nuestra relación con Él. Es permitirle que extienda sus brazos y nos proteja con ellos frente al Tentador.

5. La Palabra de Dios es el Árbol de la Vida que Él puso a nuestra disposición con la muerte y resurrección de su Hijo. No es un árbol para ser admirado, sino para hacer nuestro nido en él y comer de sus frutos.

6. Quien hace del Evangelio la diadema de su alma irradia más resplandor que miles y miles de diamantes, irradia la Luz de Dios. Lo percibimos en sus amigos.

7. Muchos son los que, para justificar su mediocridad, afirman que el Evangelio de Jesús es una utopía. Se engañan a sí mismos y a otros. El Evangelio no es una utopía, es Gracia; los santos nos lo demuestran.

8. Un hombre que planta el Evangelio de Jesús en su alma no pierde tiempo en lamentarse de lo mal que está la sociedad; se preocupa de irradiar en ella la luz que lleva dentro.

9. Por supuesto que una mujer es propietaria de su cuerpo; pero si lleva otro cuerpo en su ser éste también es propietario del suyo. La mujer que escoge la vida se abre a la Vida.

10. El que hace de su vida un servicio al otro siente en su mano la mano de Aquel que vino a servirle a él y a levantarle a su altura.

11. Es lógico y normal poner alarmas antirrobo en las casas, dada la delincuencia existente. Nos estamos dejando robar sin cesar el Tesoro de los tesoros: Dios, y ni nos inmutamos.

12. El amor y entusiasmo por Jesús que brota de un corazón impregnado de su Evangelio llegará siempre a buen puerto, por muy fuertes que sean los vendavales que le azoten.

13. Cuando consultamos con Dios, por medio de su Palabra, acerca de lo que emprendemos y opciones que escogemos, las obras que realicemos serán siempre de su agrado (Sb 9,9-10).

14. Somos piedras vivas en las manos de nuestro Señor y Maestro; con ellas levanta templos para sanar corazones, y techos para cobijar a las víctimas de tanta guerra y devastación.

15. La más cruel de las cegueras es la de carecer de la Luz que nos permite penetrar los secretos de Dios, su intimidad (Sb 2,21-22). Si Dios nos es un extraño, ¿qué nos importa haber visto el mundo entero?

16. Ojalá llegáramos un día a tener la misma confianza en Dios que tuvo el salmista cuando dijo: “Mi refugio y mi escudo eres tú, yo espero en tu Palabra” (Sl 119,114).

17. Cuando guardamos el Evangelio en nuestro corazón el Hijo de Dios ejerce de Maestro interior, es decir, parte sus palabras y nos da su jugo: la Vida eterna.

18. Todos aquellos que han llegado a palpar el espíritu de Jesús que emerge del Evangelio ya saben lo que es disfrutar de lo más bello e intenso que se puede dar en la tierra.

19. Los primeros cristianos se llamaban a sí mismos los vivientes porque la Voz del Hijo de Dios les había dado la Vida, dejando atrás la sombra de la muerte (Jn 5,25).

20. Tenemos dos opciones: Poner nuestro corazón en Dios invisible o en las cosas visibles. Al Dios invisible terminamos conociéndole y palpándole con el alma. Las cosas visibles hoy son y mañana no. Tú escoges.