Senderista

1. El que, como el hijo pródigo, entra en lo más profundo de sí mismo (Lc 15,17), llega hasta sus raíces y se da cuenta de que tienen el sello de Dios. Es cuando toma la decisión de buscarle sin cesar.

2. Todo progreso que margina los anhelos del alma se vuelve en contra de nosotros mismos. Aclarémoslo. El progreso no tiene culpa alguna, la tiene aquel que se empeña en ser necio.

3. Puedes excluir a Dios de tu existencia, estás en tu derecho, pero prepárate a taponar todas las vías de agua que se abrirán en ti. Eso sí que es complicarte la vida…

4. Una persona que echa raíces en el Evangelio de Jesús es prácticamente inmune a cualquier vaivén que experimente la sociedad en la que viva, por muy voluble que sea.

5. Hay que distinguir entre impulsos religiosos y los impulsos que brotan de la fe. Los primeros se desvanecen ante las pruebas; los de la fe hacen de las pruebas los cimientos de su fidelidad a Dios.

6. La felicidad es un tesoro que tenemos guardado en un cofre. Es inútil intentar abrirlo a patadas. Sólo se abre con una llave maestra: se llama Evangelio de Jesús.

7. El que se desconecta de Dios necesita vivir conectado a todas horas con quien sea. Lo necesita por renunciar a su esencia vital que le llama a hablar con Dios.

8. Quizá lo más hiriente de pasar del sacramento de la confesión es la opción que hacemos por quedarnos solos con nuestras infidelidades. Supone dejar nuestras heridas abiertas.

9. Cuando damos la espalda a Dios, Él provoca esporádicamente en nosotros momentos de lucidez para que tomemos conciencia de que hemos orillado el hontanar de la Vida. Algunos los aprovechan.

10. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,2). Lo contrario de ser niño es tener tal autosuficiencia que llegamos a considerar a Dios como nuestro adversario.

11. Cuando un hombre se deja moldear por las manos de Dios, la belleza por excelencia, alcanza, cuando Él lo dispone, una altura insospechada ante el mundo entero. Pensemos, por ejemplo, en san Francisco.

12. Cuando pretendemos gestionar la Palabra terminamos por despojarla del ADN de Dios que contiene. Cuando es ella la que nos gestiona nos marca con el ADN de Dios.

13. El Evangelio lleva en sí lo más profundo del Espíritu de Dios. El necio prescinde de este sello de Dios reduciendo sus palabras a una serie de ejemplos morales.

14. Dios no tiene otro cauce para revelarnos y darnos su Sabiduría y Fortaleza que el Evangelio de su Hijo, al que Pablo llama “El Evangelio de la gracia de Dios” (Hch 20,24).

15. Sólo los irremediablemente apasionados por la Verdad dejan al Evangelio de Jesús ser lo que Él quiso que fuera para sus discípulos: la Fiesta de la Vida. Por eso jamás lo tergiversarán.

16. Una característica esencial en nuestro trato con Jesús es el del tacto espiritual. Hemos de acoger sus palabras conscientes de que son más valiosas que toda la gloria del mundo junta (Mt 4,8-9).

17. Como todo hombre, también el discípulo de Jesús algún día conocerá el fracaso. Al soberbio un fracaso le lleva al hundimiento y abandono; al humilde le sirve de purificación.

18. El espíritu que llamea en el Evangelio es inmensamente más rico que sus palabras escritas. Tenemos que abrirnos al Fuego del Evangelio, pues existe el peligro de convertir sus letras en cenizas.

19. El equilibrio interior no es tanto cuestión de técnicas, ejercicios, posturas, etc., cuanto de dar acogida a una Presencia que se hace oír: Dios-Palabra.

20. Igual que Moisés llegó a estar con Dios atravesando la nube sombría que rodeaba el Sinaí (Ex 24,15…), el discípulo de Jesús se encuentra con Él enfrentándose a la sombra de sus pruebas y sus dudas.