
Fotografía: Lawrence OP (Flickr)
1. A veces -demasiadas- tenemos tantas y tantas prisas que nos falta tiempo para sostener el alma. Lo peor es que si nos habituamos a esto entramos en caída libre, con el peligro de no ser ni la sombra de lo que Dios había proyectado sobre nosotros (Mc 1,16-18).
2. Dios nos libre de tener que confesar un día: De tanto estar en mí, me olvidé de estar en Ti. Aun así, si nos aconteciera esto siempre estaremos a tiempo de cambiar para estar con Él.
3. Soltar el lastre que somete el corazón antes de que sea la vida misma quien nos lo arrebate sin miramientos provocando depresiones y amarguras. He ahí los sabios según el Evangelio del Hijo de Dios.
4. Cuando nuestro ser sufre la pauperación propia de los que saltan de una banalidad a otra, nos puede ayudar el abrazarnos esperanzados a la exhortación de Pablo: “Que la Palabra de Cristo habite en nosotros en toda su riqueza” (Col 3,16).
5. Señor, guarda mi alma en tiempos de inconsciencia, y conforme vaya madurando y creciendo en ti enséñame a ser guardián de mis riquezas, las que tú me das.
6. Señor Jesús, tú me invitas a entrar contigo por la puerta estrecha (Lc 13,24), y para mi sorpresa, a mayor estrechez mayor dilatación de mi alma, mi corazón y mis afectos. Tú me abres hacia ti, Señor.
7. Dicen los poetas que las grandes ciudades son inhumanas, que se palpan en ellas la soledad, y que rezuman hastío. Aun así, no es nada comparado con la soledad del alma de quien te rechaza.
8. Todos existimos en ti, Señor, y disfrutamos en la medida en que somos conscientes de ello. No hay mayor tristeza que la de existir en ti y no enterarnos por nuestra querencia al letargo. ¡Despiértanos, Señor Dios nuestro!
9. Un simple instante de temblor de quien te adora, Señor, es más bello, más inmensamente asombroso que observar una constelación de estrellas. Temblar ante el Autor o ante sus obras; la supremacía es más que diáfana.
10. Todos tenemos trasteros ocultos en el fondo del alma cerrados a cal y canto. Los escondemos, mas no por ello dejamos de cargarlos. Así hasta que nuestros pasos se encaminan hacia el Evangelio del Señor Jesús y le oímos decir: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,31-32).
11. Trabajo exhausto y agotador el de mantener la sonrisa cuando las presiones que golpean nuestro corazón tienden a desfigurarla. Trabajo devastador que llega a su fin cuando hayamos acomodo en los hombros de nuestro Buen Pastor (Lc 15,4-7).
12. Detengámonos a pensar un momento las palabras de Jesús: “Tomad y comed, este es mi cuerpo” (Mt 26,26). Sí, detengamos brevemente el ajetreo de nuestro existir porque si estas palabras son verdad, es evidente que la calidad de nuestra vida llegará a ser inmensa. ¿Y cómo saber si es verdad o no? Vive la Eucaristía y saldrás de dudas.
13. Aquel que no sabe más que lamentarse de que todo va mal: el mundo, la naturaleza, las personas, las instituciones, la moral, etc., no sirve para ser discípulo de Jesús. Él llama a los suyos para hacerse cargo del mal del que todos se lamentan. A estos discípulos Dios les llama y les dice: ¡Sois mis hijos!
14. No hay mayor cobardía que la de estar sometido a las cosas absurdas. Absurdo es todo lo que no es eterno, absurdo es amar y ser amado con cláusula del tiempo. Bombardeados por tantos absurdos, Jesús se nos acerca y nos dice: “Venid a mí los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso” (Mt 11,28).
15. El que tuvo, retuvo, dice el refrán. Y no es cierto. El que tuvo, no tiene ya si vive sin Dios. Sólo retiene gritos desgarradores que claman por las ausencias; eso es lo único que dejaron en su alma los dioses que después de pisotearla la abandonaron.
16. Es más que cierto que nadie sino Dios puede acoger las confidencias del alma. El drama, el terrible y cruel drama se da cuando el alma está tan moribunda que no engendra confidencia alguna; quizá nos ayude el profeta Isaías: “Aplicad el oído y acudid a mí, oíd y vivirá vuestra alma” (Is 55,3).
17. Dice el salmista: “Aunque camine por valle de tinieblas ningún mal temeré porque tú vas conmigo” (Sl 23,4). Sí, y no se trata solamente de ser preservado del mal, sino que es en esos valles de tinieblas donde concebimos el amor perfecto. Es en las noches oscuras cuando nuestro discipulado se fragua y alcanza su madurez.
18. Expectantes están las estrellas en las alturas, y cada una tiene su esplendor. Así los discípulos del Señor Jesús nos asomamos todos los días al mundo repartiendo a todos nuestra porción de sal y de luz. Dicen algunos que estamos de sobra; ya, pero… ¿están de sobra las estrellas en el mundo?
19. Señor Jesús, después de dos mil años sigues siendo ese errante silencioso que “no tiene donde reposar la cabeza” (Mt 8,20). También yo, Señor, me encuentro tantas veces solitario y silencioso. ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo? ¡Llámame una vez más, te abriré y haremos de mi alma nuestra casa común!
20. Enséñame, Señor, a escoger entre tu Voz, que me asusta por mi desconfianza, y la voz de la tormenta que insiste una y otra vez en desfigurar mi vida. Enséñame a confiar en ti, en tu Palabra. Tú eres la Resurrección y la Vida (Jn 11,25).