1. Creemos saber todo sobre nosotros hasta que se tambalean nuestros cimientos. A todos nos pasa, y hay dos formas de reaccionar: Mirar la Piedra angular que Dios dispuso para ti (Mt 7,24-25), o maldecir “tu mala suerte”.
2. Con frecuencia nos damos de bruces contra la pared porque hemos dado pasos sin saber bien hacia dónde y con la vista desenfocada. Tendremos que pedir a Dios que nos la enfoque bien.
3. No todas las tristezas son negativas; hay una, limitada en el tiempo, que acrecienta el impulso por acercarnos a Dios. Hay otra ponzoñosa que invade el corazón y el alma, que es fuente de envidias, discordias, y amenaza con ser crónica.
4. Todo sentimiento de venganza atrapa energías, ilusiones, creatividad y hasta horas de sueño. ¿Cómo resolver estos dramas internos? Quizá haciendo caso a san Pablo: “Tener entre vosotros los mismos sentimientos que Jesucristo” (Flp 2,5).
5. El mal tiene su propia capacidad posesiva; sí, nos posee hasta el punto de hacer de nosotros una marioneta a su antojo. Lo intentó con Jesucristo, quien se dejó apresar por él (Lc 22,53) para anular su veneno.
6. Perdonar y ser perdonado, he ahí dos columnas importantísimas para mantener equilibrada nuestra psicología. Si faltaran, hagámonos a la idea de llegar a ser rehenes de sesiones y más sesiones, terapias y más terapias.
7. Si después de llamar a tantas puertas tenemos la sensatez de llamar a la de Dios, escuchemos la sorpresa que nos depara su Sabiduría…, se anticipa a darse a conocer a quienes la anhelan (Sb 6,13).
8. Un hombre de fe, me explico, de fe adulta, tiene capacidad para ver sus heridas –todos las tenemos- a la luz de las heridas del Crucificado. Asombrado, será testigo de su cicatrización.
9. Un discípulo de Jesús, un creyente, no es tanto una persona que piensa en Dios, cuanto que “piensa con Dios”. Sólo así se irá haciendo cada día más semejante a Él. Aunque parezca increíble, esto fue lo que nos dijo Juan (1Jn 3,2).
10. Anunciar a Jesucristo sólo desde una tesis teológica es una opción únicamente para aburridos. Aburrido el que habla, aburrido el que se somete a escucharle. A Jesús se le anuncia siempre que sea Huésped del anunciador.
11. Todo arte, bien sea música, pintura, literatura, etc., se hace Presencia cuanto más se palpa en él las huellas de Dios. Presencia y huellas, algo de eso es la infinita Belleza de Dios. Quien prescinde de ella mucho le falta por vivir.
12. Hay una distancia inabarcable entre Dios y su Palabra y el hombre y su lenguaje. Nuestro lenguaje puede suscitar admiración, mas no el cambio del corazón. Este cambio queda reservado a las palabras de vida eterna, como dijo Pedro (Jn 6-67,69).
13. La inteligencia tiene como un compartimento reservado a la dimensión espiritual. Una existencia desarrollada con este compartimento desocupado, no puede ser más pobre.
14. Un pintor sin intuiciones creativas sería más o menos como una buena fotocopiadora. Sin intuiciones innovadoras, las propias del alma, su obra no dejaría de ser una simple copia de lo que ve o, peor aún, de lo que dice ver. Y es que una copia sin su toque trascendente es algo muy pobre.
15. El hombre y sus máquinas darán paso a las máquinas y su hombre. Nunca en toda la historia nos hemos encontrado con un drama de tamaña proporción. Quizás lo superaremos con el hombre y Dios por encima de las máquinas.
16. Dicen los místicos que la memoria de Dios es la vida del hombre. Me imagino que lo dirán porque siendo como es Amor (1Jn 4,8), no tienen lugar en su memoria nuestros pecados. Así es, una vez perdonados, no existen.
17. Un hombre sin Dios es un ser que, tarde o temprano, tendrá que lidiar con su fracaso existencial, pues por mucho que se quiera humanizar la muerte, ésta se yergue vencedora ante quienes desertaron de la Vida.
18. Uno de los mayores dramas del hombre es su querencia a volver complicadísimas y casi irresolubles, preguntas existenciales como, por ejemplo, las del más allá. Pena de tiempo perdido porque las respuestas están escritas en el soplo de Dios: su Evangelio.
19. Los santos Padres de la Iglesia fueron unánimes respecto a la omnipotencia divina: Dios lo puede todo menos obligar al hombre a amarlo. De ahí la absoluta necesidad de su Encarnación, pues sólo viéndole como Emmanuel nos abrimos a su amor.
20. “Tenemos que hacer, debemos cumplir…” A estos moralismos nos quieren reducir el Evangelio. Jesucristo no tuvo que hacer ni que cumplir, simplemente hizo y cumplió por la fuerza de su amor. Este es el secreto de los que quieren ser sus discípulos.