Ya queda poco para vivir otra Navidad. Igual que todas las demás… o algo diferente. Es verdad que siempre los mejores deseos, la felicidad, el compartir y el pasar tiempo con los seres queridos es lo que esperamos vivir en estos días. Volviendo el recuerdo atrás, el Niño que nació, al que nadie dio posada a sus padres para recibirle, es el mismo que más adelante fue crucificado. Su recibimiento en este mundo no fue muy bueno y no mejor fue su despedida. ¿Qué le hizo no abandonar en su empeño? El amor.
Todos los buenos sentimientos que nos afloran en estos días no dejan de ser una necesidad del hombre para, en cierto modo, compensar la falta de caridad que se vivió aquella noche. Los que no abrieron sus puertas a una joven familia en buena esperanza y aquellos que fueron a adorarle no son muy diferentes a nosotros. Tenían sus desvelos, sus ilusiones, sus anhelos… eran, en definitiva, hombres y mujeres como nosotros.
La esperanza que les dio aquella estrella a los que le buscaban y a los que la encontraron sin buscarla abrió su corazón a algo más grande. Un Niño ejemplo de la entrega absoluta sabiendo que en muchos casos no iba a recibir nada. O mucho… Unos padres preocupados, pero llenos de amor que suplieron con creces las carencias que aquella noche vivió su Regalo más preciado.
Ver de nuevo la estrella que nos indica su venida, la Palabra que nos anuncia su llegada, puede ser un buen comienzo para vivir mejor esta Navidad. La combinación perfecta que nos demostró la familia de Nazaret es el amor más la alegría de un niño. Qué mejor que eso para que sea diferente… Desde nuestro cariño más profundo y con la ilusión de cómo lo viven los más pequeños, queremos desearos que disfrutéis de unas Felices Navidades en Dios. Un año más, nos da la oportunidad de abrirle la puerta.