
Jesús y el centurión (Veronese)
Este Evangelio es curioso, porque en cada misa se dicen las palabras que dijo el militar. Si es que todo sale de “donde sale” y no nos damos cuenta de estos famosos detalles para la historia del cristiano.
Contaba Lucas que un día en Cafarnaúm, un militar romano oyó hablar de Jesús y pidió a unos amigos judíos que le dijeran que por favor curara a su sirviente que estaba en las últimas. Y ¡Hala! otro nuevo paseíto… Cuando iban llegando a la casa del militar (ya se había hecho Jesús media caminata en sandalias, el pobre tenía unos callos…), éste oficial envió a unos hombres a que le dijeran en su nombre:
“Señor, no te molestes (¡a buenas horas!), pues no soy digno de que entres en mi casa… Di una palabra y mi sirviente sanará”. ¿Veis? Pues de ahí viene lo que decimos antes de Comulgar: “Señor no soy digno de que entres en mi casa, más una palabra tuya bastará para sanarme”. Y seguimos el texto: “Porque yo que soy “militar de carrera”, cuando ordeno y mando, mis soldados cumplen”. Así acabó el mensaje.
Jesús al oír esto quedó tan emocionado que casi le da un abrazo a distancia (a pesar de los callos), diciendo: “Os aseguro que no he hallado ni en Israel una fe como ésta”.
Cuando los amigos del militar volvieron a la casa, se encontraron al sirviente dando palmas con las orejas… ¡Ya ves! Soy yo y me vuelvo Benedictina ¡Qué alegría por Dios!
Chicos, la fe es… La fe es todo. ¿Tanto nos cuesta? Pues a este hombre no le costó ni un pelo sin ser seguidor de Cristo y sin embargo ¡mira!, un ejemplo para toda la humanidad cristiana que a veces nos parecemos a los “árabes con el collar de bolillas en las manos”, reza que te reza de memoria sin saber qué decimos, ni por qué, ni de donde sale…
A mí me gustaría que Jesús hoy dijera: “Al fin he hallado una fe un poquito mayor que una pipilla de melón”. No digo de mostaza que se las trae ¡qué diminuta, jolín!, y así y todo, seguro que estaría contento.