
Fotografía: Lawrence OP (Flickr)
Jesús no dejaba de trabajar… Se pasó toda la noche orando a su Padre para hacer la perfecta elección de los apóstoles, hombres que representarían a toda la humanidad. Y así fue que por la mañana cuando se despertó ya tenía el asunto arreglado.
Llamó a todos sus amigos, aquellos que siempre estaban con él y eran más de 70 los que le seguían.
Yo me imagino a muchos levantando la mano como en el cole:
– “¡A mí, a mí, Maestro!” Pero Jesús mirándoles sin “escuchar” y guiado por el Espíritu Santo, eligió a sus 12 hombres normales, que serían los testigos de su vida y futuros herederos de su Evangelio… ¡Anda que si no es por ellos, iba yo a estar escribiendo!
Empezó llamando uno a uno por su nombre o sacándoles de entre todos por el brazo (no sé). Mirad, parecen nombres españoles… Dijo:
¡Tú, Simón! (a quien llamó Pedro. Sería el primer Papa de la historia de Roma); ¡Tú Andrés, hermano de Simón!, ¡Santiago!, ¡Juan!, ¡Felipe!, ¡Bartolomé!, ¡Mateo!, ¡Tomás!, ¡Santiago, hijo de Alfeo! (que nombre más feo), ¡Simón, el de Caná!, ¡Judas, hijo de Santiago! Y ¡tú Judas Iscariote!
Yo, gracias a su Evangelio y a Dios, soy de un normal que aplasta ¡Claro que tampoco me ha tocado la lotería!, perdón Señor es broma, pero que no me toque… Sólo un poquito ¿vale?, a ver si la vamos a liar parda…
Y desde aquel día tan especial, los doce siempre le seguirían hasta el último día de la Cena; después por miedo, le dejarían solo. Como nosotros cuando le abandonamos o no le defendemos porque “no se lleva”…
¿Nos importa que nos llamen fanáticos por llevar a Cristo? De mí lo han pensado y dicho… Por un oído me entra y por otro me sale.
¡Chicos, valor! Ellos se lo pierden y que nadie nos calle. Jesús se lo merece.