Paisaje con la adoración del becerro de oro

Paisaje con la adoración del becerro de oro (Claudio de Lorena)

¿A quién recure el hombre caído cuando está en la prueba? ¿A dónde se vuelve cuando está profundamente tentado? Podemos decir que en esta situación el hombre se vuelve al que le engendró en el árbol del Paraíso terrenal, es decir, al Maligno. Ésta es la experiencia de Israel en el desierto.

Moisés ha subido al monte para recibir de Dios las Tablas de la Alianza e Israel no puede soportar su ausencia. A un cierto momento ya no puede mirar a lo alto, pues no espera a nadie -de lo alto viene la Salvación- y vuelve los ojos a sí mismo y decide hacer un becerro de oro para que le siga guiando por el desierto (Ex 32, 1-6).

El becerro de oro tiene las connotaciones claras de la idolatría a que el mundo nos somete. En primer lugar indica la sumisión del hombre a las riquezas que lo deslumbran y le impiden obedecer y agradecer a Dios.

En segundo lugar el becerro en la cultura del pueblo de Israel es símbolo de la fecundidad, lo cual quiere dar a entender que el hombre se realiza como tal sin la necesidad de Dios. Más aún, Dios es un estorbo para el crecimiento del hombre y hay que rechazarlo y repudiarlo como algo nefasto. Nosotros sabemos muy bien que este tipo de filosofía se predica frecuentemente en muchos de nuestros colegios y universidades por muchos «inteligentes» doctores.

En tercer lugar este becerro, puesto que es inmóvil y hay que transportarlo de una parte a otra, expresa la tentación-pecado del hombre que no permite que su vida sea dirigida por nadie, ni siquiera por Dios. Entonces se fabrica un dios a la medida de sus ambiciones y su cerebro que puede manejarlo a su antojo. Así, Israel con la construcción de este becerro de oro, lo va a transportar por donde él quiera y no quiere saber nada de un Dios que le ha de conducir y dirigir a la Tierra Prometida.

Como vemos, este texto del Éxodo pone de manifiesto la realidad más profunda del hombre caído: la defensa de su autonomía, considerando a Dios como un intruso. Jesús, en quien se cumplen todas las escrituras y que tiene presente toda la historia del Pueblo de Israel, también en su desesperación ante la prueba nos dirá: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso» (Mt 11, 28).

Jesús es la respuesta del Padre ante la prueba, la desesperación, la tentación del hombre. Si Israel, ante la situación de tentación y de sufrimiento, por más que miró a su alrededor no tuvo en quien apoyarse y vio el pecado-becerro de oro como solución, el hombre de fe, en la misma situación de tentación-sufrimiento, ya no tiene el pecado -engaño del Maligno- como única salida, que además es falsa. Dice San Pablo que el salario del pecado es la muerte (Rm 6, 23), es decir, la destrucción interior de la persona, pero este hombre de fe se apoya y descansa en Jesucristo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10, 10).

Después que Israel ha construido su becerro de oro, dijo Dios a Moisés: «Anda baja. Porque tu pueblo el que sacaste de la tierra de Egipto ha pecado» (Ex 32, 7). Esta urgencia de Dios a Moisés a que descienda, porque su pueblo se ha extraviado, encierra dentro de sí una profecía y una promesa que revelan el infinito Amor que Dios tiene hacia el hombre.

En efecto, siglos más tarde, Dios Padre dirá a Jesús ¡Baja! ¡Desciende!, porque el hombre salido de mis manos no consigue salir del pecado, no encuentra el camino hacia mí. Y Jesús desciende como rocío hacia el seno virginal de María y se hará uno de nosotros, semejante en todo menos en el pecado, y nos dirá: ¡Dejad el becerro de oro!, pues yo soy el Camino, la Verdad y la Vida para llegar al Padre.