
Jacob y el rebaño de Labán (José de Ribera)
El patriarca Jacob aparece en la Escritura como un hombre que es llevado a reconocer su propia debilidad y en esta debilidad buscará su apoyo en Dios. En el trasfondo de la historia de Jacob está siempre latente la violencia que le hace a su hermano Esaú para arrebatarle la primogenitura, cumpliendo así las palabras de Jesús: “El Reino de los Cielos padece violencia y los violentos la arrebatan” (Mt 11,12).
Isaac tiene dos hijos: Jacob y Esaú. Esaú es el hermano mayor, por lo tanto a él le corresponden los derechos de la primogenitura. Ser el primogénito en el pueblo de Israel es muy importante, pues a él le pertenecen las bendiciones de Dios. Para un israelita la bendición de Dios es algo grande, pues la palabra bendecir significa decir bien y un israelita sabe que Dios ha dicho bien sobre él, sabe que esta palabra se cumple.
Rebeca, la madre de Jacob, tiene una manifestación de Yaveh cuando sus dos hijos estaban en su seno. En esta manifestación Yaveh le dijo: “Dos pueblos hay en tu vientre, dos naciones que al salir de tus entrañas se dividirán, la una oprimirá a la otra, el mayor servirá al pequeño”. Esta realidad es algo constante a lo largo de toda la Escritura. En lo pequeño, en lo que no sirve, en lo despreciable a los ojos del mundo, Dios manifiesta su poder. Ésta ha sido a lo largo de toda la historia de la Iglesia la vida de los santos, hombres débiles que recibieron la fortaleza de Dios. Es como la parábola del grano de mostaza, que siendo la semilla más pequeña de todas puede engendrar un árbol inmenso, donde se cobijan las aves del cielo.
Esaú aparece en la Escritura como el hombre perfecto, potente. Sale de la casa, imagen de la Iglesia, para buscarse el sustento. Él hubiera convertido las piedras en pan para poder subsistir, no sabe que: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4).
Jacob es el hombre débil, siempre a los pies de su madre. Es un hombre mentiroso, no sólo engaña a Esaú, su hermano, sino también a su suegro Labán robándole el ganado por medio de artimañas. Pero tiene algo que no tiene Esaú, tiene sembrada en su corazón la aspiración por el Reino de los Cielos, por eso, llegado el momento comprará a Esaú la bendición de Dios dándole a cambio un plato de lentejas. Ante esta compraventa responde Esaú: “Estoy que me muero de hambre ¿Qué importa la primogenitura?” (Gén 25,32). Esaú menosprecia a Dios por el amor de este mundo cumpliéndose así la palabra del apóstol Santiago: “Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios” (Stgo 4,4).
Cuenta el libro del Génesis que Isaac anciano, estando casi ciego (dicen los Santos Padres que Isaac había quedado ciego porque había visto la gloria de Dios en el monte Moria, en el momento del sacrificio) llamó a Esaú y le dijo: “tráeme caza y hazme un guiso suculento para que yo lo coma y te bendiga Yaveh antes de morirme” (Gén 27,7). Este fue el momento que Jacob aprovechó para suplantar a Esaú.
Rebeca, su madre, preparó el banquete para Isaac, vistió a Jacob con la ropa de Esaú. Cubrió sus brazos y sus manos con piel de cabrito, porque Jacob era lampiño y Esaú era velludo. Isaac reconoció que la voz de Jacob no era la de Esaú, pero palpándole las manos y los brazos dijo: “la voz es la de Jacob, pero las manos las de Esaú. Y se dispuso a bendecirle” (Gén 27,23).
Dicen los Santos Padres de la Iglesia que, cuando Isaac palpó las manos de Jacob y percibió que estaban velludas por las pieles del cabrito, estaba aspirando el suave olor de Jesucristo, el Cordero de Dios. Jacob recibió así la bendición de Dios. La palabra Jacob en la Escritura significa la elección, porque Dios que no mira las apariencias, miró su corazón y lo vio disponible para recibir sus gracias y sus dones.
Jacob, como todos los personajes de la Escritura, es hoy una figura actualísima porque también hoy Dios no se fía de las apariencias, sino que escruta el corazón del hombre y cuando ve un corazón que se deja modelar por Él lo bendice, sin importarle sus pecados y sus debilidades. Jacob es realmente un pobre de espíritu, porque no tiene la fuerza de voluntad para ser un hombre íntegro, como su hermano Esaú. A Esaú de nada le sirvió llorar cuando perdió la primogenitura, porque prefirió el amor de este mundo al amor de Dios.