José vendido por sus hermanos

José vendido por sus hermanos (Antonio del Castillo y Saavedra)

El final del libro del Génesis es una relación de acontecimientos de los hijos de Jacob, que se centran en José. La historia de José está marcada no tanto por revelaciones, como en sus antepasados, sino por los sueños, que también son una forma de manifestarse de Dios.

Los primeros sueños de José (Gén 37, 5-11) provocan un odio profundo en sus hermanos, que llegan hasta el punto de venderlo a unos mercaderes israelitas que iban a Egipto (Gén 37, 12-27). Dios permite estos acontecimientos para resaltar su Providencia, que incide en los proyectos de los hombres y sabe cambiar sus intenciones torcidas, pues «todo concurre para el bien de los que aman a Dios», como dice San Pablo (Rom 8, 28).

Efectivamente, por este acontecimiento del pecado de sus hermanos no sólo se salva José, sino que él mismo se convierte en instrumento del plan de Dios: la llegada de los hijos de Jacob a Egipto. Esta emigración prepara el nacimiento del pueblo de Israel. Siempre la misma perspectiva, «hacer sobrevivir a un pueblo numeroso» (Gén 50, 20), recorre todo el Antiguo Testamento para desembocar y ensancharse en Jesucristo. Así pues, José llega como esclavo a Egipto donde los mercaderes lo venden a Potifar.

La mujer de Potifar intenta seducirlo y, al no conseguirlo, le acusa con engaños ante su marido, que lo pone en prisión. Éste es un momento clave en la vida de José, pues por su fidelidad a Dios, no consintiendo en el pecado de adulterio, es conducido a las mazmorras oscuras del faraón. José es una imagen bellísima de Jesucristo y encarna la figura del siervo de Yavhé profetizada en Isaías 53, 3-12.

Jesucristo es el siervo de Yavhé que, igual que José, conocerá las zonas oscuras de la muerte por su fidelidad al Padre. Pero así como el Padre va a rescatar a Jesús de la oscuridad por medio de la Resurrección y lo va a convertir en Luz del Mundo, también va a sacar a José de las profundas y oscuras prisiones del faraón y lo va a convertir en piedra angular del futuro pueblo de Israel.

Esto sucede cuando el faraón tiene unos sueños que nadie le puede interpretar y José es llamado a discernir ese lenguaje de los sueños. El faraón queda tan impresionado de la sabiduría que Dios ha dado a José que le nombra primer ministro de Egipto. Después sobreviene una gran hambruna en toda la región y sólo Egipto, guiado por la buena administración de José, puede no sólo sobrevivir sino también vender sus productos a otros pueblos limítrofes.

Es así como los hijos de Jacob bajan a Egipto y, al fin, José se da a conocer a ellos permitiéndoles venir a instalarse con sus familias. En total, dice la Escritura, vinieron setenta personas. José aparece como un hombre de Dios que tiene entrañas de misericordia, por eso puede perdonar a sus hermanos. Nos revela algo, esencial en los hijos de la Iglesia, que es devolver bien por mal y esto es en definitiva la esencia de los Evangelios.

José, figura actualísima de Jesucristo, ofrece hoy una respuesta perfecta a nuestras divisiones, a la desintegración de las familias y al desinterés que muchas veces se muestra ante los que sufren. José refleja a Jesucristo que muere en la Cruz pronunciando las palabras más maravillosas que jamás se han dicho sobre la Tierra: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).