¿Quién no ha sentido en algún momento de su vida que le costaba orar? A mí me ha pasado. La rutina diaria del cristiano de a pie hace que, muchas veces, resulte difícil encontrar un rato para la oración. Las obligaciones del día a día nos ocupan la mayor parte del tiempo a muchos. Si a esto se suma que parece algo exclusivamente destinado a la vida religiosa o a los santos de otra época, la cosa se complica más. Sin embargo, la necesidad de rezar es algo que, en mayor o menor medida, acompaña a todo creyente en su vida.
Muchas veces también cuesta por pensar que hay que sentirse preparado para hacerlo o que es necesario instruirse mucho con lecturas. Eso es un error. En este artículo no expongo un tratado de oración, solo unas pinceladas. Lo realmente importante es perseverar, teniendo en cuenta que lo más sencillo y sincero es lo mejor.
Un lugar para orar
Es necesario un lugar para estar en comunión con Dios. Aunque es común olvidarlo, Él está en todas partes, por lo que no hay excusa para no encontrar un espacio en el que se pueda orar. A veces se sentirá a Dios más cerca en el hogar, otras en pleno campo disfrutando de la naturaleza, andando por la calle recogido en los propios pensamientos, en la iglesia por la que se pasa de camino al trabajo o en aquella donde uno se siente más cerca de lo sagrado.
Lo bueno es que se puede variar el escenario, pero la oración seguirá siendo eficaz y reconfortante. Durante un tiempo, me ayudaba ver los campanarios de los lugares que encontraba de camino en algún viaje. Allí había un sagrario y me parecía un guiño de Dios diciendo: ¡también estoy aquí!
Buscando la inspiración
Hay que tomar con naturalidad el esfuerzo que a priori supone hacer oración, pues es algo totalmente normal. Como ayuda para inspirarse se puede optar por utilizar un pequeño texto, una frase, una imagen o alguna referencia que pueda contribuir en la tarea de rezar.
Para muchos cofrades, como yo, las advocaciones de sus imágenes suelen ser una excelente motivación a la hora de acercarse a lo espiritual y, de paso, una importante fuente de inspiración para poder orar.
Hacer de la vida una oración
Lo ideal es convertir la vida cotidiana y las tareas más comunes en oración. “Hoy mi oración ha estado en la punta de mi lápiz… Qué bien se pasa el tiempo dibujando a Jesús…”, escribió san Rafael Arnaiz sobre su afición a pintar, dando una perspectiva estupenda de lo que supone integrarla en el día a día.
En la vida hay momentos buenos, malos y regulares. Objetivos complicados y simples. Cada vivencia puede ayudar a orar y a hacer de la relación con Dios algo más personal. Un atleta no consigue sus mejores marcas el primer día, sino con perseverancia y tiempo. Sucede lo mismo con la oración.
Orar en compañía
Puesto que diariamente nos relacionamos con otras personas, puede ser de gran ayuda contar con alguien para compartir ese momento: un amigo, la pareja, los hijos…, Jesús garantizó que: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. (Mt 18, 15-20)
Como comentaba al principio, es de gran ayuda asimilar que cuanto más simple se intente hacer oración, más fácil resultará. No es tan importante el tiempo que dediques, como el provecho que pueda suponer para ti. Aunque sea breve, servirá. Y recuerda que dedicar lo cotidiano a Dios también es oración.