Y como tampoco resultó lo de los reinos esplendorosos de la segunda tentación, se le ocurre (vuelta a tele-transportar a mi Jesús) llevarle a Jerusalén y subirle al alero del templo… Es evidente que Jesús estaría asustado, desnutrido y exhausto. Pienso que aquellas palabras tentando a su Trinidad debieron ser muy tristes, pero las padecería por nosotros, como todo, como siempre.
Tercera tentación: A un montón de metros del suelo, el “listo” le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: ordenará a sus ángeles que cuiden de ti… Para que no tropiece tu pie con ninguna piedra”. ¡Qué bicho!, tienta a Dios para que el mundo dude de su existencia. Tenía muy claro que no haría un numerito de magia quien le había expulsado del paraíso. El diablo sabe demasiado aunque tenga cuatro neuronas; nos lo decía a ti y a mí.
Jesús respondió: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor tu Dios’”. Pues sí que lo hace sí. Es un artista haciéndonos dudar de Dios: “Si existes, haz que… Si no he sido complacido será porque no existes…”. Jamás poner a Dios a prueba, jamás. Él no tiene que demostrar nada a nadie. Es el diablo quien habla por ti, no le dejes.
Este es el rezo que le gusta a mi Padre: “Ayúdame si te parece bien para mí y fuera cual fuere tu hacer, sé que es porque me quieres más que a nada en el mundo. Gracias por estar conmigo en la angustia”. Pero sin dudarlo, si empezamos a dudar ¡malo!
El diablo se fue de momento. ¿No nos habíamos matriculado en la clase del mejor profesor del mundo? Pues aprendamos a no tirarnos del “alero” obligando a los ángeles a recogernos, porque no irán.
Poner en jaque a Dios es poner tu vida en peligro, déjale en paz y guárdate de esta grave tentación. El cristiano reza con el alma y se te revelará a su manera: Dónde, cuándo, como quiera y si quiere. Pero no le retes, no le gusta ni un pelo.