Hojas de arce

1. Cuando somos conscientes de que el desfile interminable de palabras y más palabras es ya insoportable, a lo mejor ha llegado el momento de dejarnos acariciar por la Palabra, por Dios.

2. Pensar que todo lo que tenías que hacer en tu vida ya está hecho es la más cruel de las conclusiones. Dios nunca da por finalizada su obra en nosotros, trabaja en ti hasta el último día de tu vida.

3. Deberíamos pensar sin neurosis en la posibilidad de que nuestra existencia vaya a parar a la orilla de otro mar que no es el de Dios Padre. Eludir esta posibilidad no es la solución.

4. Ante el deterioro al que sometemos a la imagen divina de la que somos portadores, nos alegra saber que san Juan Crisóstomo dice que el Espíritu Santo repara el deterioro que hemos provocado en esa imagen nuestra.

5. Pensamos en la muerte en toda su dimensión y no podemos evitar una cierta confusión interna; a no ser que, desde la acogida del Evangelio, hagamos nuestra la Verdad que nos hace libres incluso ante la visita de la muerte.

6. Confiar en Dios trasciende totalmente el rezo de una jaculatoria. Supone vivir con la misma confianza que su Hijo depositó en su Padre. Entonces algún día podremos decir: “Mi Padre está conmigo, no me ha dejado solo” (Jn 16,32).

7. Dice Pablo: “Si Jesús no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1Co 15,17). Podemos añadir, recogiendo el testimonio de no pocos pensadores y poetas, que nuestra vida está abocada al absurdo.

8. Dice santo Tomás de Aquino que el Espíritu Santo es el Alma de nuestra alma. Nos sobrecogen las palabras de este gran amigo de Dios. Es reconfortante saber que nuestra alma respira al unísono del Aliento de Dios.

9. Toda ruptura duele, deja heridas, cicatrices que hablan de recuerdos dolorosos. Todas menos las rupturas con Dios. Digamos poéticamente que ante ellas, Él llora y cura sin dejar cicatriz alguna.

10. Si lo que Dios ha creado en la naturaleza provoca tanta admiración y emoción, cómo será cuando contemplemos la belleza de nuestra alma, de la que podríamos decir que es una exquisita plantación suya.

11. Nada nos hace tanto daño como dejarnos llevar por vientos extraños, esos vientos que en vez de conducirte, te estrellan contra la nada y la ausencia.

12. Intuir la Vida a lo lejos, desatarte de toda correa y correr con los brazos abiertos hacia ella, aun sin saber por dónde hemos de transitar. A algunos les parecerá absurdo, y lo es si no contáramos con la mano de quien nos conduce: nuestro Buen Pastor.

13. Nada más triste que un adiós con las puertas cerradas, sin retorno. No, no podemos aceptar que la muerte sea un adios a todo lo que hemos amado.

14. Tengamos en cuenta que el discípulo amado de Jesús –todos estamos llamados a serlo- no habría llegado hasta el Calvario si la Madre no hubiese seguido los pasos de su Hijo (Jn 19,25-27).

15. Como la fuerza de la marea, pero sin replegarse hacia su punto de partida, así es el caminar hacia Dios de aquellos que aman el Evangelio más que a sí mismos.

16. Nada de lo que realmente duele te aplasta cuando estás en Dios, ni nada de lo que te humilla o te avergüenza. El mal, muy a su pesar, tiene los días contados ante los que buscan y aman a Dios.

17. Aun cuando las acequias que riegan tu alma estén secas, no desesperes. Dios que vela por ti, abrirá las compuertas de su Manantial y tu alma volverá a alegrarse en Él.

18. Un hombre que no sabe adorar a Dios está sufriendo lo que podríamos llamar la impotencia del alma. Para curar esta impotencia, el Hijo de Dios se hizo Presencia en la Eucaristía.

19. Mucho de Dios tuvo que saborear san Agustín en su Palabra que, como oveja del Señor Jesús, conoció lo que era saciarse en -le citamos textualmente- “los verdes prados de la Escritura”.

20. Frente al bombardeo publicitario que casi nos coacciona a relajarnos en tal o cual lugar, el Señor Jesús, como en un susurro, sigue diciéndonos: ¡Venid a mí, que yo soy vuestro descanso! (Mt 11,28-3).