Horquillas

Ya está muy cerca el inicio de la Semana Santa. Durante unos días se verán concurridas las calles de muchos lugares por millones de cofrades. Estos se convertirán, un año más, en testigos y acompañantes visibles de Cristo en su Pasión y Resurrección. Ellos representan la unión perfecta entre tradición, cultura y fe. Por eso, considero que es importante aclarar conceptos y evitar clichés que, a veces, acompañan a este colectivo, también dentro de la propia Iglesia.

Un cofrade lo es todo el año, aunque durante el tiempo de Cuaresma y de Semana Santa su actividad sea mayor. El crecimiento espiritual y las obras de caridad siempre han ido ligadas a la existencia de las cofradías. La figura del cofrade es sencilla y compleja a la vez, porque ayuda a trasmitir la fe de una manera entendible, pero a la vez profunda. Cumple con la función de catequizar con la emoción que siente y transmite. Cierto es que no se trata de un ámbito ajeno al postureo, como cualquier otro. Sin embargo, es algo anecdótico si lo comparamos con el gran número de hermanos convencidos y coherentes.

El cofrade no debería estorbar dentro de la Iglesia, aunque a veces ocurra lo contrario. El Papa Francisco manifestó, en 2013, durante la Jornada Mundial de las Cofradías y la Piedad Popular: “La Iglesia os quiere. Sentiros parte de ella”. Es primordial tomar conciencia de esto. Lo digo porque he escuchado en más de una ocasión a sacerdotes y católicos no cofrades comentarios poco apropiados e irrespetuosos. Son afirmaciones ajenas a un fenómeno que se ha hecho hueco en esta sociedad secularizada, desde la religiosidad popular.

Es una ventaja contar con una cofradía o hermandad en una parroquia, pues supone un soplo de aire fresco para cualquier comunidad. Además, el nutrido número de jóvenes que forma parte de este colectivo es presente y futuro para la tradición y espiritualidad cristianas. Pocos grupos o asociaciones son capaces de aunar a tantos chicos y chicas diferentes con una misma hoja de ruta. A su aportación se suma la experiencia de los adultos y la alegría de los niños. En una cofradía todos tenemos cabida. No importa la edad o el origen. A cada uno se le acepta como un hermano más.

Por estas fechas, un sinfín de cofrades preparamos nuestras túnicas con una ilusión y devoción difícil de explicar. Para muchos, entre los que me incluyo, estos días son muy importantes en el transcurso de nuestras vidas, aparte de una ayuda para recargar pilas. Es gratificante vivir la Semana Mayor en fraternidad y hacer palpable el mensaje del Evangelio. Por todo ello, soy cofrade. Y me gusta serlo.