«Me encanta cuando la gente se ríe. Me encanta cuando llora, me gusta una historia que diga algo, y espero que los espectadores estén más felices cuando salgan del cine que cuando entraron». Así entendía su trabajo Leo McCarey, quien gracias a títulos como Siguiendo mi camino se convirtió en uno de los directores destacados de la edad de oro de Hollywood. No existe unanimidad en relación a la fecha en la que comenzó esta época, ya que para algunos coincide con la llegada del sonido en 1927, mientras que otros -a los que nos sumamos- colocan su inicio en 1915, con El nacimiento de una nación. El final de este periodo se certificó con el fracaso de Cleopatra, en 1963.
Durante aquellos años dorados proliferaron los largometrajes de temática cristiana. Se llevaron la palma las epopeyas bíblicas y las historias sobre religiosos, debido a la gran acogida que solían tener estos filmes entre el público. El interés era tal que, por ejemplo, Spencer Tracy hizo hasta cuatro veces de sacerdote. Aunque una de las máximas de estas producciones era el entretenimiento y carecían de la introspección del cine europeo de Dreyer o Bresson, hay tantas cintas y tan buenas que se han quedado fuera de esta selección clásicos como La túnica sagrada o el Rey de Reyes de Nicholas Ray. Sí que incluimos muestras del talento de Capra, DeMille, Borzage, McCarey o Wyler para construir películas sobre fe y esperanza, verdaderamente reconfortantes.