Don Camilo y el honorable Peppone

Fernandel en Don Camilo y el honorable Peppone

El interés del cine por los sacerdotes se ha renovado en los últimos años, después de haber sido recurrente entre la década de los treinta y mediados de los cincuenta. Se trata de un personaje que da mucho juego y la prueba está en el estimable número de actores que, revestidos de sotana, han entregado algunos de sus trabajos más memorables.

El que más se ha prodigado ha sido Fernandel con Don Camilo, una saga que relataba, en tono de humor, los desencuentros entre el párroco de un pequeño pueblo de Italia y el alcalde comunista. El éxito de la primera y las sucesivas entregas propició que el cómico francés realizara este papel hasta en cinco ocasiones, entre 1952 y 1965.

A Fernandel le iguala en número el estadounidense Martin Sheen, aunque con una serie de producciones de escasa repercusión: Católicos, Choices Of The Heart, Gospa, Sacred Cargo y Ninth Street.

También fue muy prolífico Spencer Tracy y eso que al principio era reticente a representar una figura por la que sentía un gran respeto, debido a su fe católica. Tras decidirse, hizo de sacerdote en cuatro películas. Comenzaría con el carismático padre Mullin en San Francisco, que le reportó su primera nominación al Óscar. Tan solo dos años más tarde ganaría la estatuilla por meterse en la piel del padre Flanagan en Forja de hombres. Este personaje lo retomaría en La ciudad de los muchachos. Cerca del final de su carrera sería un misionero bondadoso y algo contrariado en El diablo a las cuatro.

Fernandel, Sheen y Tracy se llevan la palma, pero a otros tampoco les sienta mal el alzacuello y han repetido como religiosos. Es el caso de Alec Guinness, cuya conversión al catolicismo comenzó durante el rodaje de El detective, donde caracterizaba al astuto y peculiar padre Brown. Al año siguiente encabezó el reparto del intenso drama El prisionero, esta vez como torturado cardenal. Además, tuvo una pequeña aparición interpretando al papa Inocencio III en Hermano sol, hermana luna y fue párroco de un pueblecito español en Monseñor Quijote.

Aunque la filmografía del francés Claude Laydu no es muy extensa, pasó a la historia del cine europeo con su atormentado personaje de Diario de un cura rural, de Robert Bresson. Su trabajo llamó la atención de los responsables de La guerra de Dios, que lo contrataron para que volviera al rol de joven párroco, esta vez con una marcada dimensión social.

Diario de un cura rural

Claude Laydu en Diario de un cura rural

Otro francés, Pierre Fresnay, estuvo magnífico como san Vicente de Paul en Monsieur Vincent y muy convincente interpretando a un resentido exsacerdote en El renegado. También repitieron como clérigos, de una manera más irregular, los españoles Fernando Fernán Gómez en La mies es mucha y Balarrasa, y Paco Rabal en El canto del gallo y Nazarín.

Al otro lado de Atlántico encontramos a actores de mucho renombre. Gregory Peck empezó a ser conocido y fue nominado por primera vez al Óscar tras hacer de misionero en Las llaves del reino. Cuatro décadas después, ya consagrado, dio vida a Hugh O’Flaherty en Escarlata y negro, un intenso film basado en hechos reales.

El polifacético Robert De Niro estuvo algo lacónico en Confesiones verdaderas y mucho más entonado, como secundario de lujo, en Sleepers. Además, no hay que olvidar su sobresaliente participación en La misión, en este caso, como jesuita.

Volviendo a los sacerdotes, en Siguiendo mi camino se daba un simpático conflicto generacional entre Bing Crosby y el veterano párroco encarnado por Barry Fitzgerald. Entre los dos se repartieron los premios Óscar a las mejores interpretaciones masculinas y Fitzgerald estuvo tan bien que, aparte de llevarse la estatuilla en el apartado de reparto, estuvo nominado como mejor actor por el mismo papel. Este hecho, sin precedentes, provocó un cambio en el reglamento de los galardones para que no ocurriese nuevamente. En la secuela, Las campanas de Santa María, Crosby sería otra vez el protagonista, en esta ocasión acompañado por Ingrid Bergman.

A otros les ha bastado con un personaje para convertirlo en uno de los más representativos de su carrera. Aldo Fabrizi en Roma, ciudad abierta, Karl Malden en La ley del silencio y Max von Sydow en El exorcista no solo aprovecharon las grandes posibilidades que les daban sus papeles, sino que los elevaron a altísimas cotas con su inspiración y buen hacer. Lo mismo se puede decir de Jeremy Irons en La misión y de Montgomery Clift en el thriller de Hitchcock Yo confieso.

Con el nuevo interés hacia el cine religioso y hacia los sacerdotes, en particular, últimamente han surgido personajes densos y atractivos para el público, como el de John Hurt en Disparando a perros. Asimismo, destacan los exorcistas caracterizados por Tom Wilkinson, en El exorcismo de Emily Rose, y por Anthony Hopkins, en El rito. Ojalá esta tendencia positiva se confirme en los próximos años.